La noche estaba muy oscura. La llovizna
había desaparecido dando paso a una fuerte lluvia. Era más difícil conducir y,
aunque las luces de la calle alumbraban la carretera, le parecía que estaba
prácticamente de color negro, o tal vez era dentro de su mente y de su alma
donde residía esa oscuridad, pero no se percataba de ello. Unas lágrimas
empezaron a recorrer sus mejillas, pero apenas las notaba.
Comenzó a acelerar su auto. La carretera,
de cuatro carriles, dos para entrar a la ciudad y dos para salir de ella
separados por un muro de contención al centro, estaba completamente desierta.
En ese momento, recorría una recta bastante larga. Los haces de las luces de
las lámparas que iluminaban débilmente la vía, comenzaron a caer más rápido
sobre su automóvil que seguía aumentando la velocidad, esto lo obligó a guiarse
mecánicamente por el muro que dividía la carretera, ya que su mente estaba ocupada
con esos tristes pensamientos que absorbían toda su atención.
Lo que lo inspiraba a acelerar no era el
afán de peligro y el riesgo de la velocidad que antes buscara, sino el deseo de
huir, como si de esa manera pudiera dejar atrás sus pensamientos, pero no
servía. Entonces, algo en su interior lo impulsó a terminar con todo. Era
una pequeña voz casi imperceptible: le decía que lo que tenía no era vida y la
única solución que le quedaba era terminar con ella.
Una leve sonrisa, más parecida a una mueca,
se dibujó en su rostro. Sí, debía de terminar con todo, como si de pronto esa
fuera la respuesta que tanto buscara. Fue una idea fugaz que cruzaba su mente y
lo obligaba acelerar. El vehículo iba cada vez más rápido. Sintió entonces cómo
las lágrimas llenaban sus ojos y este hecho lo perturbó, sabía que se estaba
compadeciendo de sí mismo; él, que nunca antes había tenido compasión de nadie;
él, el gran abogado que siempre había tenido control sobre todo; él, el hombre
de negocios al que muchos temían; él, el poderoso hombre que siempre había
tenido el mundo en la palma de su mano sentía lástima de sí mismo y esto no lo
podía aceptar, por un momento hundió el rostro entre sus brazos y dio rienda
suelta al llanto.
En ese momento, el automóvil alcanzó una
velocidad peligrosa. Levantó la mirada y visualizó de nuevo la carretera y
dónde se encontraba; se dio inmediatamente cuenta del riesgo que corría.
Durante un instante por su mente había
cruzado la idea de terminar con todo, pero el pensamiento había desaparecido
tan rápido como se le había ocurrido. No sabía cómo había llegado a esa
situación, pero de lo que sí se daba cuenta era de que si no detenía el
vehículo lo antes posible, se iba a matar; así que tomó firmemente el volante,
quitó el pie del acelerador, pero no frenó, era peligroso porque la carretera
estaba mojada y el automóvil podía derrapar en cualquier dirección. Sin embargo
fue una decisión tomada demasiado tarde, porque, en ese preciso momento, la recta
sobre la que venía terminaba y comenzaba una curva bastante pronunciada hacia
la derecha. Trató de girar el automóvil siguiendo la curvatura de la carretera,
pero llevaba demasiada velocidad, lo que lo hacía dirigirse hacia la izquierda, y
al no poder evitarlo, instintivamente frenó y perdió todo el control sobre el
vehículo, provocó que éste resbalara y chocara directamente contra el muro que
lo rechazó con la misma fuerza del impacto recibido y lo envió en dirección
contraria.
Recibió un fuerte golpe en la cabeza así
como en su costado izquierdo, pero no perdió el conocimiento y vio cómo se
dirigía en dirección de las barreras de protección que se encontraban en el
otro extremo de la vía. Cerró los ojos sujetándose fuertemente del volante. Hubo un nuevo
impacto, pero esta vez el vehículo no fue rechazado, sino que atravesó las
barreras de metal que se arrugaron como si fueran cartón. Avanzó un par de
metros, sintió de pronto como si estuviera en el aire durante un breve lapso
y, por último, un golpe en seco.
Después de esto, todo se volvió negro.
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