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miércoles, 28 de septiembre de 2016

La barca (Relato)



El carpintero pulía los últimos detalles de la barca que había construido. Sus hábiles y callosas manos tocaban con destreza cada tablón, cada clavo, cada unión, en busca de la menor imperfección. Era una obra maestra. Había artistas que se vanagloriaban que sus creaciones eran compradas para ser exhibidas, mostrando la genialidad de la mente que las había esculpido, pintado, redactado, compuesto, pero él no. Cada barca que había fabricado nunca sería expuesta, sólo su dueño haría uso de ella, apreciaría su belleza y, por último, con el tiempo, juntos desaparecerían.


Había otros como él que también construían barcas, pero eran muy elaboradas, lujosas y caras. Al viejo carpintero nunca le gustaron. Las suyas eran simples, sencillas y sin ornamentos, excepto las palabras que grababa en los tablones exteriores, palabras que protegían y daban esperanza de que llegarían a buen puerto.


A lo largo de su vida había fabricado cientos, tal vez miles de barcas, pero cada una de ellas era especial, diferente y siempre que iba terminando pensaba en lo mismo: el marinero que la navegaría.


Había construido barcas grandes y pequeñas, pues serían usadas por marineros de todas clases: viejos llenos de mañas, jóvenes novatos, mujeres de cabellos blancos y rostros arrugados, muchachas virginales de piel lozana, hombres ricos y pobres, enfermos, sanos e incluso niños. La mayoría de los marineros se sentían renuentes a iniciar el viaje, pocos lo deseaban, pero al final todos embarcaban, dejando sus pertenencias donde reventaban las olas. Se llevaban únicamente las ropas que en ese momento vestían. Ya no importaba lo que quedaba atrás, sólo lo que estaba al frente.


Cierto, el viaje producía temor, pero también un anhelo inexplicable. No se necesitaba experiencia para navegar las barcas que él fabricaba, pues las corrientes del enorme mar que surcarían las impulsarían a un único destino, un destino que se hallaba más allá del horizonte, que se ocultaba entre los últimos rayos del sol que se dormía todas las tardes.  


El viejo carpintero siguió pasando sus manos sobre los tablones, pero ya no buscaba imperfecciones. Sabía que por fin la barca estaba terminada y derramó unas lágrimas que mojaron la madera, mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro, pues también sabía que, por fin, había construido la barca que lo llevaría a descubrir el secreto que se hallaba al final de aquella travesía.

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