Vivimos en un tiempo caótico de la historia. Para donde se
mire, los conflictos, la confusión y el desorden surgen por todo lado y en todo
campo: ambiental, económico, político, militar, religioso, moral. Se dan
migraciones masivas, el agua escasea, la contaminación arrecia, el calor
aumenta, las guerras no amainan. Aún no hemos caído en la anarquía, pero la
fragilidad de la sociedad en que habitamos podría romperse por donde menos se
espera.
Nos encontramos a escasos meses que en los Estados Unidos
de América se realicen las elecciones presidenciales. La pregunta que surge es:
¿por qué preocuparse de la campaña electoral de un país en el que no vivimos? Evidentemente
lo que ocurre allá afectará al mundo entero, sin importar si se está de acuerdo
o no con sus políticas. Sus decisiones, como las de todo imperio o superpotencia,
independientemente del nombre con el que se designe, afectarán a los países que
estén bajo o disputen su poder.
Lo más preocupante es que, dependiendo de las noticias a
las que se tenga acceso, básicamente nos dan a entender que la elección se está
disputando entre dos delincuentes: por un lado, un multimillonario hombre de
negocios de cuestionadas prácticas comerciales, racista y xenófobo, por el
otro, una política corrupta, mentirosa y desleal. Nuevamente, esta no es mi
opinión, lo dicen incansablemente los periodistas que dan seguimiento y azuzan
el carnaval que se ha convertido esta campaña electoral.
Casualmente por estos días fue canonizada la Madre Teresa
de Calcuta, ahora conocida como Santa Teresa de Calcuta. Una pequeña mujer de
origen albanés que desarrolló su obra sirviendo a los más pobres entre los
pobres de esa ciudad india. Por supuesto, alrededor de su canonización han surgido
críticos que niegan su entereza y más bien intentan mostrar una imagen muy
alejada de la santidad de la que se le declaró merecedora. Mi problema con estos
críticos es que nunca he visto, oído ni leído, que ninguno de ellos iniciara
una obra similar para enmendar los supuestos errores, problemas, mentiras y
engaños que tanto le reprochan a esa mujer, sino que en el fondo buscan
patéticamente una fama y notoriedad que nunca ganaron por esfuerzo propio sino a
costa de ella.
Si nos dieran la posibilidad de viajar en el futuro,
digamos mil años, ¿a quién recordará la historia de este tiempo?, ¿a esos dos
políticos que ahora se disputan las elecciones; al presidente saliente que se
preocupa más de su legado que del desastre que deja; al presidente anterior que
invadió y destruyó un país en busca de armas de destrucción masiva que nunca
aparecieron; a las celebridades de los “reality shows”, a los actores, actrices
y cantantes de estos tiempos, de las décadas pasadas o posteriores?
Mil años en el futuro puede ser mucho tiempo, digamos
quinientos, no, digamos cien años en el futuro, ¿a quién se recordará? Dicen
que la historia la escriben los ganadores y es claro y evidente que los Estados
Unidos de América es la potencia dominante y victoriosa de nuestra época, es un
hecho indiscutible. Evidentemente es una gran nación, pero como imperio, ya se
le empiezan a ver las grietas que anuncian su caída. Y es que todo imperio asciende,
pero en algún momento colapsa. Así ha sido y así será. Es inevitable. Es una
cruel realidad que la historia siempre ha enseñado. Cuando hayan desaparecido:
¿qué se dirá en el futuro sobre ellos?
A finales del siglo V d.C. se derrumbó el Imperio Romano de
Occidente, después de haber sido la mayor potencia del mundo por más de
quinientos años. ¿Llegarán los Estados Unidos de América a los quinientos años?
No lo creo. ¿Durarán otros cien años? Poco probable. Aún no han cumplido los
trescientos años como nación independiente y los signos de su desmoronamiento
comienzan a ser palpables. Pero ¿de dónde viene mi seguridad para realizar tal
afirmación? Bueno, un país que al día de hoy tiene una deuda de diecinueve trillones
de dólares (independientemente que la palabra trillones signifique algunos
ceros de diferencia entre el inglés y el español), la cual aumenta
vertiginosamente a cada segundo (dejo el link donde revisar cuanto ha crecido
desde que escribí estas palabras) [http://www.usdebtclock.org/]; que
gasta más en su aparato militar que en mejorar la vida de sus ciudadanos más necesitados;
que anda apercibiendo a otros de violar derechos humanos cuando su policía es
acusada de racismo y agresión contra las minorías, lo cual se muestra a cada
momento a través de videos bastante gráficos; cuyo presidente actual es
irrespetado e insultado dentro y fuera de su país como ningún otro antes que él,
tanto por amigos como por enemigos; un país que hace caso omiso de las nefastas
consecuencias del cambio climático; que está en línea directa de colisión con
dos peligrosas potencias como son Rusia y China, países que tienen armas igual
de letales que las de ellos; podrían ser sólo algunas de las muchas razones,
pero no, en lo personal no son las que pienso que llevarán al colapso de ese
imperio.
Volvamos un momento a nuestra pequeña santa quien un día hizo
la siguiente advertencia: "Cualquier
país que acepta el aborto no está enseñando a su gente a amar, sino a utilizar
la violencia para conseguir lo que quieren". También dijo: "Esta es la razón por la que el mayor
destructor del amor y la paz es el aborto." ¿Palabras proféticas? Esta
mujer nunca tuvo miedo ni se inclinó ante los poderosos, a las costumbres ni a
los críticos de su época (menos lo hubiera hecho con los actuales o los futuros),
tampoco perdió de vista su misión y camino, y estas palabras las repitió sin
temor alguno, estuviera donde estuviera, ya fuera en los barrios más pobres de
Calcuta o recibiendo el premio nobel de la paz (vale la pena escuchar su
discurso de aceptación de dicho galardón) y por esas palabras, esta pequeña
mujer se granjeó muchos enemigos; palabras que también la colocan en el lado
opuesto del pensamiento ideológico de esos dos políticos que ahora se disputan
la presidencia del país más poderoso del mundo y de tantos otros líderes que
siguen esa misma línea de pensamiento. ¿A quién y cómo recordará la historia?
Poncio Pilato fue un prefecto del imperio romano en la
provincia de Judea en el Siglo I que ostentó el cargo de gobernador. Su nombre
probablemente no sería mencionado más que el de otros funcionarios de su época,
que vivieron y murieron en las diferentes provincias del imperio. ¿Acaso alguien
recuerda los que estuvieron antes o después que él? Hubiera pasado sin pena ni
gloria, como un político más de un imperio ya desaparecido, de no ser por su
participación en el más injusto de los juicios. ¿Pasará lo mismo con los
políticos actuales? ¿Los juzgará la historia con la misma dureza?
Vivimos en un tiempo que resulta fascinante, pero a la vez
atemorizante y el futuro que se avecina se vislumbra deprimente. Pero independiente
de lo que suceda hoy, mañana, dentro de cien, quinientos o mil años, estoy
completamente seguro que, de alguna forma u otra, tal y como lo enseña la
historia, siempre habrá alguien recordando y orando a esa pequeña mujer del
sari blanco, para que interceda ante Dios por este mundo tan perdido y
necesitado de personas como ella.
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