martes, 10 de enero de 2017

La Dama Triste (Relato)



Franco Guerrero fue uno de los muchos sorprendidos cuando leyó en el periódico que la colección de arte del señor Samuel Horowitz iba a ser expuesta. Lo más sorprendente era que se exhibiría la joya de su colección: “La Dama Triste”, una famosa pintura que había sido robada y encontrada en varias ocasiones.

Samuel Horowitz había sido un coleccionista de pinturas, dentro de las que se encontraba gran parte de la obra del pintor italiano radicado en Costa Rica Franco Ferra, inclusive aquella famosa pintura, que era su obra maestra. El señor Horowitz siempre fue conocido por el celo con que resguardaba su colección. La mayor parte de las veces rechazó las solicitudes y propuestas de muchas galerías y museos de exhibirla públicamente. Ocasionalmente había prestado algún cuadro, pero solía ser muy quisquilloso al respecto, pues sus cuadros eran su mayor tesoro.

El señor Horowitz había muerto hacía unas pocas semanas, por lo que era sorprendente que sus herederos permitieran que se expusiera su colección de arte tan pronto. Nadie sabía con certeza la razón y con el correr de los días se tejieron varias hipótesis, pero la que tomó más fuerza era la que decía que exhibir toda la obra era una disposición del testamento del señor Horowitz, de cumplimiento obligatorio antes de la lectura y repartición final de sus propiedades y bienes.

Pero ya habían pasado tres meses desde la publicación de la sorprendente noticia y Franco no pudo contener su felicidad al ver impresa en un afiche la fecha definitiva de la exposición: faltaba exactamente un mes.  A lo largo de su carrera de bellas artes, Franco había estudiado con detalle aquella hermosa pintura y desde el inicio le atrajo hasta casi convertirse en una obsesión para él; no sólo era una obra maestra, sino que tenía una historia única. Su tesis de graduación fue sobre ese pintor y se había basado principalmente en esa obra, a la que había tenido acceso para fotografiarla y conversar con su propietario, lo cual logró a través de unos profesores de la Universidad que convencieron al dueño. Samuel Horowitz le permitió sacar fotografías, pero siempre bajo su estricta vigilancia. Más tarde conversaron sobre arte y pintura, y la conversación les llevó inevitablemente a hablar sobre la famosa obra, una maravilla de óleo sobre madera que medía un metro por un metro.

La pintura tenía la extraña particularidad de haber sido robada, encontrada, vendida y vuelta a robar en un par de ocasiones. Por eso el difunto Samuel Horowitz nunca había permitido que se exhibiera en público. Como toda obra maestra, una leyenda la acompañaba y esa era otra de sus características. Se decía que el pintor había plasmado la tristeza que embargaba a la modelo, y lo había logrado de tal forma, que era como si la tristeza misma se hubiera quedado en la pintura. También se contaba que el pintor la había visto una vez en un parque, mientras ésta miraba totalmente abstraída una bella flor, creando con el paisaje del lago que había en aquel lugar una visión irreal, y él aprovechó para pintarla sin que ella lo notara.  Cuando estaba terminando, y antes que él se diera cuenta, la modelo había partido. El pintor terminó su obra, pero no pudo encontrar a la modelo nunca más. Muchas otras historias se barajaban alrededor de aquella pintura, pero pocos sabían con certeza la verdadera.

Esta pieza era la favorita del señor Horowitz, pues fue amigo del pintor, quien le contó de dónde había obtenido su inspiración, por lo que el coleccionista no sólo admiraba la habilidad técnica del artista, sino también entendía cómo había logrado capturar el sentimiento de tristeza en aquella mujer. 

El anciano estaba impresionado con la sensibilidad y pasión que el joven demostraba hacia esta obra y por eso le contó la misma historia que le había confesado el pintor: que por circunstancias propias de la época en que le tocó vivir, había tenido que separarse del amor de su vida y esa pintura la hizo el último día que estuvo con ella; sin embargo, el pintor nunca le dijo el nombre de la modelo ni el lugar donde había posado.

*****

Franco Guerrero era el único que sabía la verdad completa, la cual averiguó tiempo después de la conversación con el coleccionista. La pintura era una obra maestra que recogía la tristeza de forma única, pero no era sólo eso lo que le llamaba la atención; había algo en ella que le resultaba familiar. Él mismo era un pintor talentoso que carecía de fama, y reconoció en esa pieza una fuerza y atracción que lo obsesionaba, obsesión que no pudo explicar durante mucho tiempo, hasta que por casualidad encontró a la modelo, quien resultó ser su propia abuela. La reconoció por unas fotografías de cuando ella era joven.  Cuando le habló de la pintura, ella al inicio se mostró esquiva, pero al final, al enseñarle su nieto unas fotografías de la pintura, aceptó que sí había sido la modelo y le contó la verdadera historia entre el pintor y ella. 

****

Alicia Cortés, que era el nombre de su abuela, le relató la historia de su juventud, una historia que nadie conocía, ni siquiera su hija, la madre de Franco.  Había conocido al pintor cuando era muy joven. Franco Ferra había venido de Italia como agregado cultural de su país, un puesto que si bien no le interesaba, le permitía viajar y enseñar  pintura. 

Alicia conoció al joven pintor en una fiesta dada por la embajada italiana, en la que acompañó a su padre, hombre muy influyente en el país en aquellos tiempos. Se siguieron viendo después y pronto el amor nació entre ellos. Al enterarse su padre de sus relaciones con el joven, se puso furioso, pues había averiguado que si bien ostentaba un cargo de agregado cultural, realmente no era más que un maestro de pintura y don Jorge Manuel Cortés no iba a permitir que su única hija se casara con un hombre sin futuro.    Inmediatamente prohibió los encuentros entre los jóvenes, pero Alicia no iba a renunciar al amor de su vida. Así que un día se fugaron y se casaron, sin embargo, su padre era un hombre poderoso, y utilizando sus influencias logró con falsedades que el matrimonio fuera anulado y también que el agregado cultural de la embajada italiana fuera invitado a dejar el país.

La pintura fue hecha la última vez que estuvieron juntos. Franco Ferra le pidió que le permitiera conservar un recuerdo de ella y si consiguió plasmar la tristeza de su amada de una forma única, no fue sólo porque ella estaba triste, sino que cada pincelada reflejaba su propia desolación. Cuando el pintor daba las últimas pinceladas, Alicia se levantó decidida a irse. Franco le prometió que regresaría apenas pudiera y se casarían nuevamente, pero para Alicia el dolor era tan grande, que ni siquiera le contestó ni vio la pintura.

Después de ese día, nunca más se volvieron a ver. Franco Ferra se fue del país y nunca supo que de la unión con Alicia nació una niña. En los días siguientes llegó la noticia de que había comenzado la guerra, aquella terrible guerra que la historia conocería como la Segunda Guerra Mundial, sólo que nadie se imaginaba la magnitud de lo que se avecinaba. No mucho tiempo después le llegó a Alicia un telegrama diciéndole que Franco había muerto. Su dolor fue inmenso.

Al poco tiempo, Jorge Manuel Cortés obligó a su hija a casarse con otro joven, quien le dio el apellido a la hija que estaba por nacer. Por cosas del destino, el joven con el que se casó Alicia resultó un hombre muy bueno, al que con el tiempo llegó a amar, pero no de la misma forma que al pintor.

Muchos años después Alicia se enteró de que Franco no había muerto, sino que había estado prisionero. Siempre se preguntó por qué nunca la buscó, pero de alguna forma imaginó que el pintor supo que se había casado con otro hombre y que tenía una hija. No dejó de ver en ello la mano de su padre.

Por su parte, Franco Ferra se convirtió en un pintor famoso en Europa, donde logró gran éxito con sus obras.  Al final de su vida, decidió radicarse en Costa Rica, donde la historia de su juventud era totalmente desconocida.  Mucho tiempo había pasado y ya nadie recordaba siquiera quién había sido el influyente Jorge Manuel Cortés, quien por cosas del destino y de la gran guerra, terminó arruinado y al cuidado de su hija. Tampoco se recordaba que en una ocasión las autoridades del país habían invitado a marcharse al reconocido pintor.

Alicia sabía que Franco Ferra vivió los últimos años de su vida en el país, pues le seguía la pista a través de los continuos reportajes que se publicaban en los periódicos: leía sobre los homenajes que le hacían y sobre lo orgullosas que se mostraban ahora las autoridades culturales del país de que el gran pintor decidiera radicar aquí. También supo de la existencia de una bella pintura de la que el pintor nunca se desprendió y alrededor de la cual se contaban muchas historias. En el fondo de su corazón sabía que era su pintura. Sin embargo, el pintor nunca la buscó. Luego se enteró de su muerte y de que el cuadro que más quería había sido adquirido por un coleccionista privado.

Franco entendió en ese momento de dónde venía su gusto por ese pintor, pues recordó que su abuela desde pequeño le había enseñado a apreciar su obra. También ahora entendía quién y por qué había escogido un nombre tan singular para él.

Su abuela murió al poco tiempo de haberle contado la historia.

*****

Franco leyó nuevamente la fecha impresa en el afiche y de pronto una idea se asomó tímidamente en su mente y luego fue tomando más fuerza hasta convertirse en una determinación. Se convenció que nadie más que él tenía derecho a esa pintura: fue hecha por su abuelo y la modelo fue su propia abuela, le pertenecía a él más que a nadie. Empezó a pensar aceleradamente, y de pronto se dio cuenta de que el destino le estaba poniendo una oportunidad de oro en sus manos, pues para mantenerse, trabajaba por esos días en la empresa de remodelaciones de un primo, la cual casualmente había sido contratada para realizar el trabajo de remodelar la galería en la cual se iba a efectuar la exposición.  No, no era casualidad que todo coincidiera.  Sabía que era arriesgado, pero iba a robar.  No, iba a recuperar lo que legítimamente era suyo.

Pocos días antes de iniciarse los trabajos de remodelación en la galería, Franco comenzó a planear cómo podría hacerse con la pintura. Sabía que habría grandes medidas de seguridad desde el momento en que ésta fuera llevada a la galería.

Se dispuso que se construiría una pared falsa en el centro del salón principal de la galería, a fin de que la pintura fuera expuesta en forma especial.  Este motivo hacía que una pared tenía que ser adicionada y fue allí donde Franco sabía que encontraría su oportunidad. La pared tendría una altura de aproximadamente dos metros y medio por tres metros de largo por medio metro de ancho y estaría pintada de blanco.  Con esa altura no llegaría al techo.  Su primo le había asignado la tarea de supervisar a los trabajadores con el fin de que realizaran un buen trabajo, debido a su conocimiento en el área de las artes; así, sin levantar sospechas, les ordenó construir la pared de tal forma que en su interior quedarían unos escalones por los cuales podía subir a la parte superior de la pared, donde construyó una trampilla perfectamente disimulada.  La construcción, que él mismo terminó y pulió, quedó de tal forma, que no podía reconocerse nada fuera de lugar, parecía como si fuera una pared sólida.

Para completar su plan, y valiéndose de su habilidad como pintor, había hecho un duplicado casi perfecto de la obra, basado en las fotografías que había tomado. Sabía que si por alguna razón alguien quisiera verificar la autenticidad de la pieza, acudirían a él, pues era el que mejor la conocía, lo que le permitiría que nadie sospechara.

Su plan era realmente sencillo, pero arriesgado, pues tendría lugar el mismo día de la exposición, frente a todos los presentes. Llevaría la pintura hecha por él mismo y la escondería en el interior de la pared falsa. A cierta hora de la exposición se apagarían las luces durante cinco minutos, lo cual lograría con un dispositivo electrónico que ya había colocado, el cual las mantendría apagadas. Entonces aprovecharía la confusión para entrar por el costado de la pared, donde había colocado una tabla fácil de remover.  Luego subiría a lo alto a través del interior.  Había colocado las luces de emergencia de tal forma que alumbraran hacia las puertas y lugares lejanos a la pared falsa, con lo cual ésta quedaría bastante oscura. Aprovechando ese intervalo de tiempo, cambiaría las pinturas, pues él mismo había colocado los accesorios que sostendrían el cuadro y había tenido el cuidado de que fueran sencillos y no presentaran problemas al ser la pintura tomada desde la parte superior.

En la galería, Franco encontró un imprevisto: la directora, Darla Matamoros, era esa clase de mujeres controladora que quería tener bajo su dominio todos los detalles. Además de ser la directora, fungía como curadora y diseñadora de espacios; de hecho, la idea de la pared falsa había sido suya.  Parecía tener esa virtud (en su caso defecto) de la omnipresencia: siempre estaba de un lado para otro mandando y criticando con aquella voz chillona que desesperaba. A Franco lo ponía profundamente nervioso que descubriera su plan. Estuvo a punto de descubrirlo el día en que Franco estaba colocando los accesorios que sostendrían el cuadro. Ella preguntó por qué tanta delicadeza y esmero en unos accesorios, pero como de costumbre, ni siquiera escuchó la respuesta, porque ya le estaba preguntando algo más. Ciertamente, "La Dama Triste" era el cuadro más importante de la colección Horowitz y todo parecía confabularse para que él pudiera tomarla al frente de todos, y lo más curioso era que la misma Darla, sin saberlo, le había facilitado las cosas.

Una vez terminados los trabajos de remodelación, la galería fue llenándose de cuadros de la colección Horowitz; sin embargo, el último en llegar sería “La Dama Triste”. Franco había convencido a su primo de que era conveniente que él permaneciera en la galería durante toda la inauguración, en caso de que se presentara la necesidad de hacer un arreglo o ajuste de último momento.

Conforme pasaban los días, Franco empezó a sentirse preocupado, pues la mayoría de las pinturas ya habían llegado, exceptuando la principal. Franco pensó que tal vez los herederos del coleccionista habían cambiado de opinión en el último momento respecto al préstamo de la pintura, pero después supo que la pintura no sería llevada hasta el día de la apertura de la exposición y al día siguiente sería devuelta a los herederos. Esa era una de las razones por las cuales se había construido aquella pared, para que al quitar la pintura, la pared se removiera nuevamente con facilidad y no quedara ningún espacio vacío en la exposición.

La noche anterior a la inauguración de la exposición no pudo dormir pensando en que al día siguiente sería el gran momento, y que si todo salía bien, pronto tendría en sus manos la pintura para disfrutarla él sólo.

Llegó así la fecha. Durante el día se estuvieron puliendo los últimos detalles de la exposición, que se inauguraría en la noche. Estuvo durante toda la mañana a la expectativa y casi a medio día suspiró tranquilo, pues con grandes medidas de seguridad fue traída la pintura, la cual él ayudó a colocar en el lugar de honor.  Una vez colocada, Franco no pudo dejar de admirar la belleza de la obra, sola en la pared.  Ahí estaba esa mujer con un elegante vestido azul y blanco, sentada en una banca a la orilla de un lago, mientras acariciaba delicadamente una flor blanca sembrada en la tierra.  El juego de luces del cuadro identificaba una mañana soleada, lo que hacía brillar el cuadro con luz propia. Por un instante, Franco sintió el momento recogido en el cuadro más intensamente que cualquier otro espectador.  Pero fue sólo por un instante, porque inmediatamente la obra fue cubierta con un lienzo. Franco trató de comportarse adecuadamente, pero no por eso dejaba de mirar de vez en cuando hacia donde se encontraba el cuadro, y aunque no podía ver nada detrás de la tela que lo cubría, de alguna forma sentía su presencia.

Finalmente llegó la hora de recibir a los invitados, muchos de los cuales llegaron tarde, lo que provocó que la inauguración se atrasara. Estaba previsto que la ceremonia de inauguración iniciara a las 7:00 de la noche, sin embargo, eran ya casi las 8:00 y no había iniciado. Franco se empezó a preocupar, pues había programado el temporizador para desconectar las luces a las 8:30, cuando él creía que los discursos habrían terminado, la pintura ya estaría develada y por supuesto los ojos de los presentes ya no estarían concentrados sólo sobre esa obra. Antes de inaugurar oficialmente la exposición, el dueño de la galería procedió a dar el discurso de bienvenida a los presentes, entre los que figuraba el Ministro de Cultura, algunos de los herederos del señor Horowitz y otras personalidades del ambiente artístico nacional. Su discurso abarcó desde el agradecimiento a los presentes, así como a los herederos que habían prestado sus pinturas para por fin exponer la colección Horowitz. Se dio una breve reseña de cada uno de los artistas y las obras. Franco sabía que era lo acostumbrado, pero se dio cuenta que el discurso estaba tomando más tiempo de que él había previsto y el cuadro aún no había sido develado. Tenía que tomar una decisión. Sabía que no tendría otra oportunidad, pues el cuadro sólo estaría esa noche, y con las mismas medidas de seguridad, sería devuelto al día siguiente a los dueños.  Decidió tomar el riesgo.

A las 8:30 en punto se apagaron las luces en medio del discurso del Ministro de Cultura, lo que provocó algunos murmullos. De inmediato se encendieron las luces de emergencia, las cuales iluminaron la galería de forma tal que donde se encontraba el cuadro estaba casi oscuro, tal como había previsto Franco. También sonó una alarma que él había aconsejado poner con el fin de avisar si la corriente fallaba en alguna parte del edificio, pero su verdadero objetivo era el de ocultar con el sonido de la alarma cualquier ruido que pudiera realizar mientras cambiaba los cuadros.

Después de reaccionar ante el imprevisto, Darla Matamoros, la directora, empezó a dar órdenes entre el murmullo de los presentes.

Entre tanto, y siguiendo una ruta aprendida y practicada de memoria, Franco se acercó hacia el costado falso de la pared, lo abrió y penetró en su interior, tratando de hacer el menor ruido posible, tomó el cuadro falso tal y como había practicado, subió por las escaleras hasta la parte superior, donde abrió la trampilla.  Pudo escuchar perfectamente el sonido de la alarma, así como las voces de los encargados de seguridad que trataban de tranquilizar a los presentes.

Una vez en la parte superior, sacó primero el cuadro falso y lo puso a un lado, luego su cuerpo. Fue ahí cuando reapareció la directora con una linterna con la que Franco no contaba, ya que alumbraba los lugares más oscuros y por un momento el haz de luz alumbró el lienzo que cubría el cuadro. Franco se quedó estático por un momento, pero respiró tranquilo cuando ella se dirigió a otra sala. Era el momento.

Se inclinó por la pared hacia la parte de abajo. Tal y como había calculado, llegaba de forma ajustada. No podía ver nada, pero lo había practicado cuando no había ningún cuadro y nadie lo veía. La práctica dio resultado.  Subió el cuadro y lo puso al lado contrario. Luego tomó su réplica y la colocó en el lugar que ocupara el original. Tuvo temor que el cuadro se le fuera a caer pero, se ajustó perfectamente. Luego, tomó el original y lo metió de nuevo en la pared y cerró la trampilla de la parte superior. Bajó por las escaleras y dejó el cuadro en ellas.  Salió por el falso costado y lo volvió a tapar cuidadosamente. Se sacudió la ropa tal y como había practicado para evitar cualquier indicio que indicara que había estado en otro lado y se dirigió nuevamente a su sitio. Ya casi habían pasado los cinco minutos que tenía programados. Mientras hacía esto, pasó al frente la directora, que corría con la linterna. Nunca alumbró hacia la pared mientras el cuadro estuvo ausente.

Cuando llegó a su puesto se tranquilizó. No podía quitarse de la cara una sonrisa de satisfacción, casi de felicidad, pero como pudo hizo cara de preocupación. Las luces se encendieron de nuevo y la alarma dejó de sonar.  Todas las miradas se dirigieron hacia el cuadro y fue cuando Franco se dio cuenta del error que había cometido, ¡había olvidado colocar el lienzo que cubría la pintura original!  Todos los presentes hicieron silencio, pues si bien tenían el cuadro al frente, la desaparición de la tela que lo cubría generó asombro. Después de unos segundos de silencio absoluto, comenzó a crecer un murmullo de consternación. Ahí mismo se decidió suspender la exposición, pues había ocurrido un suceso extraño que era mejor investigar lo antes posible.

Darla Matamoros quedó petrificada mucho rato mirando un punto específico del cuadro. Su actitud era profundamente extraña, pues estaba en silencio.

Se procedió a llamar a los agentes de seguridad presentes, los cuales no pudieron hacer mucho, pues la pintura continuaba colgando en la pared y ninguna persona parecía cargar un cuadro de madera de un metro por un metro; además, nadie había abandonado la galería, lo único que había ocurrido era que había desaparecido la tela que cubría la obra. Se oían los murmullos de la gente, que entre nerviosos chistes se preguntaba si se había evaporado. Además, no estaban seguros de que el cuadro hubiera sido robado. Se tomaron los datos de todos los presentes y esa misma noche se devolvió el cuadro a sus dueños. 

Franco se fue para su casa y tampoco pudo dormir esa noche por la tensión que le produjeron los acontecimientos. Se levantó temprano esperando el periódico y salió a recibirlo tan pronto escuchó el sonido del repartidor. Lo tomó y en primera plana apareció la foto del cuadro con una palabra entre signos de pregunta: ¿ROBO?

Leyó el artículo el cual explicaba los extraños acontecimientos de la noche anterior y como, si bien el cuadro se encontraba ahí, había desaparecido el lienzo que lo cubría durante un apagón que ocurrió únicamente en la galería. La noticia no ahondaba en detalles, pues se estaba en una etapa de investigación.

Franco decidió comportarse normalmente y ese mismo día se presentó en la galería, que para esa hora era un hervidero. Fue interrogado por los investigadores, pues aparte de que había trabajado en la galería, se supo que él había estudiado la pintura a profundidad. Pero su actuación fue excelente y no sospecharon de él, porque aunque sus huellas estaban por todo lado, era lógico, pues había estado inmerso en la remodelación del lugar. Su principal preocupación era el desmantelamiento de la pared, porque ahí encontrarían el cuadro. El segundo problema era cómo sacarlo de la galería, ya que no podía doblarlo.

Los días que siguieron fueron de frenesí y fiesta para la prensa. Las noticias que siguieron informaron cómo se había descubierto un aparato que parecía un temporizador, lo cual fue posteriormente confirmado por la policía. Sin embargo, Franco se sentía tranquilo, pues había tenido el cuidado de dejar sin huellas tanto ese aparato como el cuadro. El aparato lo había comprado hacía tiempo y era poco probable que lo ligaran con él. La misma precaución tuvo con respecto a la réplica. 

A los pocos días fue llamado a fin de verificar la autenticidad del cuadro, pues se sabía que él era uno de los pocos que había estado cerca del mismo y que lo había fotografiado. Un experto había confirmado su autenticidad y otro que era falso.  Cuando le correspondió el turno a Franco, sin saber por qué confirmó que el cuadro no era el original. La directora dijo lo mismo. Esto provocó una gran controversia con los otros expertos, pero Franco tenía la prueba: en las fotografías que había tomado del cuadro, la mano de la modelo sostenía una flor, en la cual de forma casi imperceptible una pequeña hoja era aplastada por la otras; sin embargo, con gran osadía, él había cambiado un poco la forma de la hoja en la réplica, y eso era lo que Darla Matamoros se había quedado mirando con detenimiento la noche de la inauguración. La prueba estaba ahí. El cuadro había sido efectivamente cambiado en presencia de todos los invitados.

Los herederos ordenaron una investigación y empezaron a surgir ciertas coincidencias con respecto a Franco y la desaparición de la pintura: el conocimiento de la misma, su habilidad de pintor, sus trabajos en la galería, pero no se pudo establecer ninguna asociación entre él y el robo, pues aunque se encontraban muchas pruebas que lo ligaban al cuadro, desde las fotografías y estudios de la obra hasta los materiales de pintor que tenía en la casa, y con los cuales se pudo crear el duplicado, todo tenía una explicación que iba desde sus estudios de artes hasta su afición a pintar.

Las investigaciones siguieron pero no llevaron a nada. Franco supo por su primo que la exposición iba a ser desmontada prematuramente, lo cual incluía desmantelar la pared falsa. Franco se ofreció a encargarse de esa pared. Logró hacer que los demás trabajadores estuvieran ocupados en otras zonas, mientras su mente maquinaba planes desde los más complejos hasta los más absurdos. Por la experiencia anterior, sabía que los planes complejos tenían demasiados imprevistos. En eso se le ocurrió crear una distracción pequeña pero eficaz: el agua siempre era un recurso infalible.  De una forma muy conveniente quebró un tubo, con lo cual desvió la atención de los presentes, incluso la de la directora, que siempre andaba rondando el lugar. Franco aprovechó la oportunidad para sacar el cuadro y llevarlo disimuladamente al camión de los materiales, pero cuando hizo esto, los investigadores asignados al caso lo capturaron mientras trasladaba la obra, pues habían supuesto que la pieza no había salido de la galería y la habían estado vigilando día y noche, y ese era el momento que habían estado esperando.

Franco pensó que ese era su fin y que terminaría en la cárcel durante muchos años, sin embargo, no fue fichado y de hecho lo dejaron en libertad. Cuando Franco supo la razón, no pudo dejar de ver la ironía del hecho: la misma tarde que devolvieron las pinturas a los herederos del señor Horowitz, se leyó el resto del testamento y fue muy grande la sorpresa de los presentes cuando se enteraron de que la obra más importante de la colección había sido legada a Franco Guerrero y más furiosos se pusieron al escuchar  la razón  que el anciano dio:  "Era el único que realmente la entendía". 

El Sr. Horowitz no tenía hijos, así que sus sobrinos eran los herederos de propiedades y bienes, pero la muy apreciada, reconocida y valiosa colección de arte fue donada a un Museo, a excepción de la obra principal. 

Los herederos trataron de impugnar el testamento, pero la impugnación fue rechazada y el legado hecho por su tío quedaba como legítimo, con lo cual, al final de cuentas, Franco Guerrero se había robado su propia pintura y eso no era un delito.

*****

Así terminó el cuadro robado en manos de su legítimo dueño.  Probablemente Franco Ferra jamás hubiera deseado un destino diferente para su obra, aunque nunca pudo imaginar las curiosas circunstancias que la llevarían a las manos de un nieto que nunca conoció, el cual a su vez la donó al Museo, pues comprendió que no podía guardar para sí aquellos maravillosos trazos de colores con que su abuelo plasmó la tristeza de un amor perdido.



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